Estas son “todo”, “nada”, “nunca” y “siempre”.
Son los superlativos categóricos del pensamiento (y del lenguaje), y se emplean para aumentar el sentido de una expresión o enunciado. Pero, en vez de eso, deforman los hechos.
“Nunca piensas en mí”.
“He dado todo por este país”.
“Siempre estaré a tu lado”.
“No tengo nada qué ocultar”.
A estos ejemplos seguramente pueden agregarse otros miles. Si ponemos atención a las conversaciones oídas al paso, comprobaremos el uso y abuso de estas expresiones mal pensadas y desmedidas.
En la vida cotidiana, sin embargo, son aceptables y no suenan tan mal. Pero a nivel profesional deberían estar prohibidas por su falta de precisión y pobreza expresiva. En el trabajo de un periodista o un escritor resultan imperdonables si no se justifican; en el científico, ni siquiera se escriben.
He intentado capturar mi curiosidad sobre este asunto en una coplita que compuse; se las comparto.
“Nunca… siempre… nada… todo…”De nuestras bocas angostasbrotan palabras a modocomo plaga de langostas.En mi largo itinerariono les fiaré ni una mueca.Su sentido literarioes sólo cáscara hueca